Las mujeres rurales de Nicaragua no solo enfrentan la apatía de una sociedad que no reconoce su ardua labor en la agricultura nacional, pero también la violencia patrimonial por parte de sus parejas, quienes usan el chantaje con una frase diaria que resulta devastadora: “si te vas, olvidate de la tierra”.
A pesar de que actualmente el 23% de la tierra en Nicaragua está siendo manejada por mujeres, de acuerdo al Cenagro, eso no significa que sean propietarias de esas tierras.
“Puede que la tierra sea compartida, alquilada o prestada. El censo solo dice que hay una mujer trabajando la cosecha, pero el terreno no necesariamente es de ella. Entonces ese porcentaje de mujeres dueñas de tierra puede ser incluso más bajo. Además, el censo no te dice cuántas parcelas tienen y ese es otro problema”, explica Selmira Flores, Directora Programa de Investigación en el Instituto de Investigación y Desarrollo Nitlapan.
¿Cómo inició la violencia patrimonial?
Después de 1980 la Revolución dio paso a la reforma agraria que por mucho tiempo se consideró una de las más originales y modernas de toda Latinoamérica. Con inclusión y respeto evadían el concepto de “cabeza de familia”, usado con frecuencia en otras reformas, e implementaron el concepto de “unidad familiar”.
Sin embargo, en la práctica, la desigualdad de género seguía siendo parte de la lucha diaria para las mujeres rurales y su derecho a tener tierra propia.
“Fue un momento que el gobierno debió aprovechar para incluir a la mujer en la agricultura, pero ella no fue la protagonista de todo el proceso”, comenta Conny Báez, abogada feminista, involucrada en los conflictos de las campesinas nicaragüenses.
Entonces, en la década de 1990 la redistribución de la tierra y las campañas de sensibilización por parte de mujeres involucradas en la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG), lograron que las campesinas tuvieran acceso a la tierra a su nombre o mancomunada, aunque muchos hombres se “resistieron a la idea”, de acuerdo a los estudios de la FAO en 2007.
Por ende, esto trajo un nuevo problema para ellas que aun hoy les deja cicatrices en la piel: violencia patrimonial.
“Somos como animales de granja”
“Me dijo si te vas, olvidate de la tierra. Él me golpea y me engaña con otra. No lo quiero dejar porque la tierra la tenemos a nombre de los dos, mancomunada, es mía también pero está a su nombre”, cuenta Rosa, quien no quiso dar su verdadero nombre en temor de represalias.
Rosa trabaja la tierra con sus propias manos, especialmente el maíz. Considera que el mayor problema es que las campesinas pasan de los brazos de sus padres a los de su marido, dándoles el poder de administrar la tierra mancomunada.
“Somos como animales de granja. Desde que estamos chiquitas nuestros padres nos dicen que el lugar de la mujer es dentro de la casa, así que al inicio yo no sabía nada de trabajar la tierra, solo alimentaba a los animales. Después me casé con él y el también era mi dueño, así como también era dueño de los animalitos que heredé de mi familia. Estaba siendo explotada por él”, agrega.
Herencia y patriarcado
De acuerdo a María Teresa Fernández, lídel de la Coordinadora de Mujeres Rurales (CMR), el primer acto de violencia patrimonial comienza con la herencia. “Cuando el padre solo hereda a los varones, ahí es cuando todo inicia”, afirma.
Fernández explica que a veces sí se da una herencia para hijas e hijos, pero no de manera pareja. “Las mujeres recibimos el pedazo más pequeño o la menos fértil. La gente creo que una vez casadas, las hijas son ‘propiedad’ de alguien más, entonces para que ‘quede en familia’, prefieren darle a los hijos la tierra”.
Asimismo, un estudio reciente de Nitlapán explica cómo funciona la herencia en ciertas áreas rurales del país. “Compartir o heredar la tierra a tu esposa o hija es considerado una amenaza, una pérdida de autoridad. Además de eso, crear un testamento no es algo común en zonas rurales, entonces las mujeres heredan animales de la granja y están normalmente bajo la decisión de otros hombres, ya sea un miembro de la familia, su pareja o hasta un representante en el sistema legal, explica René Rodríguez, autor del estudio.
Es por eso que la violencia patrimonial se ha convertido en un problema silencioso y constante para las mujeres rurales que están tratando de cumplir su sueño de tener tierra propia. Ellas no solo experimentan violencia física, amenazas y chantajes, sino que también tienen que lidiar con el abandono o expulsión de su propio terreno.
“No tengo nada, solo algo de ropa”
“He visto casos donde las mujeres son sacadas de su propio terreno porque sus parejas se consiguieron a alguien más, entonces a esa hora tienen que dejar su cosecha, a punto de ser recolectada gracias a su trabajo, y comenzar de nuevo en otra parte”, cuenta Maritza Dormus, miembro de la Red de Mujeres del Norte en Muy Muy, Matagalpa.
No obstante, el abandono no solo sucede en el norte del país. En Chinandega, Juana (nombre ficticio por temor a represalias) fue forzada a dejar su casa y su marido, quien obtuvo la tierra gracias la Reforma Agraria. Ahora ella vive con su hija y su hijo mayor, mientras trabaja la tierra que ellos heredaron de su padre.
“No tengo nada aquí, solo algo de ropa. El vendió mis animales que yo heredé de mi papp y luego me obligó a abandonar la tierra, a pesar de que la obtuvimos juntos en 1983. Le dije que yo no iba a pelear por eso, pero que al menos le diera tierra a mis hijos. Y así es como me vine a vivir con ellos, porque me aceptaron acá,” cuenta Juana.
Por otro lado, la Ley 717 fue aprobada en el 2010, una ley creada por las mujeres rurales como una manera de superar las dificultades que han tenido a lo largo de estos años. Sin embargo, aun no ha sido puesta en práctica.
La idea es que se apruebe un fondo para darles crédito y que luego, con el fruto de su trabajo en esa tierra propia, puedan pagarlo de vuelta. “Pero los fondos aun no existen, no son siquiera parte del presupuesto. Entonces el gobierno a su vez, está también violentando a las mujeres rurales”, afirma Fernández.
Artículo original publicado en inglés por Malva Izquierdo en la agencia de noticias británica Thomson Reuters.