Esta situación contradictoria es el resultado de la imposición familiar que prefiere un matrimonio obligatorio, incluso con el propio victimario, antes que interrumpir el embarazo en niñas y adolescentes. Y es así como se justifica que la niña está esperando un bebé, pero está casada y todos lavan su fachada.
Según un estudio del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres, CLADEM, en Nicaragua hay cientos de niñas madres, producto de violación, que fueron obligadas al matrimonio forzado con sus propios violadores, lo cual evidencia el vacío legal en torno a la situación de las niñas violadas, porque este fenómeno se da en muchos casos por la impunidad y la falta de acceso a la justicia.
Esas niñas deberían poder vivir libres de violencia y decidir sobre su cuerpo, como parte de sus derechos sexuales y reproductivos, pero sobre todo humanos. Sin embargo, son obligadas a casarse con sus propios agresores, para evitar el estigma y la vergüenza de ser la violada del barrio, condición que no quieren cargar sobre sus vidas.
¿Por qué siguen casando a las niñas?
Según cifras de Plan International, Latinoamérica es la única región del mundo donde esta práctica no se reduce, contrario a otras latitudes. El problema más grave se da en República Dominicana, Honduras, Guatemala, El Salvador, México y Nicaragua.
Los matrimonios impuestos, carentes de amor, convierten a las niñas en objeto de placer para sus violadores, que puede disponer de ellas con el respaldo de la familia, la Iglesia y el Estado, quienes consideran resuelto el problema del estigma social.
Las casas donde viven estas niñas no son de muñecas, son hogares humildes donde viven hacinados padres, hijos y otros parientes que en muchos casos son acosadores sexuales y siguen el mismo camino de abuso con las sobrinas, nietas, primas, etcétera.
Le arrebatan de sus brazos a una muñeca de trapo para obligarlas a cargar a un bebé real con necesidades apremiantes de alimentación, higiene y todos los cuidados necesarios.
Y como ya están casadas, entonces además deben atender a un esposo machista, al que le debe lavar la ropa, cocinar y cumplir todos los deseos que le solicite, so pena de ser golpeadas o sometidas a maltratos de todo tipo.
La violencia señorea en estos hogares de papel, donde niñas crían niñas y siguen replicando el círculo vicioso de la pobreza, cual serpiente que se muerde su cola en un circulo infinito de dolor, vergüenza y humillación.